No sé si sea la falta de coraje, la falta de preparación, la experiencia, pero cuando se trata de enfrentar un reto todos somos maestros del escape.
Y cuando hay que enfrentarse a algo sólo hay dos tipos de personas: las que se quedan y las que se van.
Cuando era niño iba a jugar a las canchas de calles atrás de mi casa, las retas de fucho se ponían buenas, pero yo sólo veía. Siempre he sido de basquet. Así que cuando me cansaba iba a ver los partidos.
Un día mientras descansaba viendo el partido se acercaron dos tipos mayores que yo. Los veía para arriba. Me rodearon uno a cada lado y me dijerón esas palabras que aterran a todo niño de barrio: “Me gustan tus tenis” Mis pennis nuevecitos. Los de ojo de águila. Los que me regalo mi primo. Los que solo usaba para jugar.
Me agache como para amarrarme las agujetas, en posición de corredor de pista, y ¡corrí como el viento!
¿Fui un cobarde? ¡Claro que sí! Pero con mis tenis intactos.
Muy pocas veces tenía la oportunidad de escapar. Me la pasaba siendo el hermano mayor sin miedos y con muchas responsabilidades. No tenía tiempo de ser débil.
Tu tampoco tengas el tiempo ser débil. Solo huye cuando la batalla no tenga sentido.
No seas un maestro del escape.
La mejor batalla es la que no se pelea.