Muchos hombres cuando somos jóvenes ponemos en un pedestal a una mujer.
Le ponemos atributos sobrenaturales para sufrir con gusto (venga mi Pedro Infante), ya sea antes de tener una relación con ella, durante la relación e incluso hasta después de la misma.
Y no me malentiendas, no me refiero a la fase de enamoramiento. Me refiero a los que piden permiso para salir con los amigos, que no tienen las agallas de comprar lo que se les antoje por puro capricho, a los que temen hablar de cómo quieren las cosas.
Éste comportamiento no es exclusivo de los hombres por supuesto. Muchas mujeres se han comprado el “status” de ser sumisas, modositas, abnegadas. Qué si llega borracho y me pega es por mi bien, que si me cela es por qué me quiere… carajo.
¿Cuánto poder queremos darle al otro?
¿Me gusta o gustaría estar en el pedestal del otro?
Por eso nunca pongamos a nadie en un pedestal, ni nos pongamos en uno.
Ni siquiera a tus clientes. Y es mi muy humilde opinión.
Poner en un pedestal a alguien es darle todo el poder de decidir sobre lo qué, cómo y cuándo se tiene que hacer.
Es hacernos ideas equivocadas de la realidad, Es una historia que fabricamos en nuestras mentes.
El cliente no manda. El cliente decide, consciente o inconscientemente, su compra.
Lo que si debería de estar en un pedestal es tu NEGOCIO.
Soñar con él, verlo hermoso, sentirlo grande logrando cosas imposibles.
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